La relación entre personas y máquinas está cambiando a toda velocidad: ahora podemos mantener una conversación con software creativo que propone ideas, razona decisiones y nos acompaña en el proceso artístico y técnico. Esta nueva forma de trabajar no sustituye la chispa humana, sino que la amplifica con herramientas conversacionales, algoritmos generativos y entornos de programación pensados para explorar. Visto así, la creatividad ya no es solo un momento de inspiración, sino un flujo continuo de diálogo con la tecnología.
Para entender este fenómeno conviene mirar de cerca cómo funciona la imaginación humana, cómo se educa (y a veces se apaga), y cómo el código se convierte en pincel, partitura y taller. Desde la neurociencia hasta la Programación Creativa con Processing, pasando por estudios sobre el pensamiento divergente y propuestas de asistentes basados en IA que ayudan a desbloquear ideas, el panorama es amplio y apasionante. Incluso surgen “agentes de diseño” conversacionales que transparentan cada decisión creativa y anticipan el futuro del diseño digital.
Cómo entendemos la creatividad: cerebro, memoria, atención y emoción
La creatividad no es un misterio etéreo: cuando imaginamos soluciones nuevas, se activan zonas de la corteza prefrontal vinculadas a la planificación y la toma de decisiones. En paralelo, el hipocampo aporta memoria y contexto, el tálamo focaliza la atención y la amígdala introduce el juicio emocional, esa intuición que nos hace decir “esto encaja”. Esta coreografía cerebral sugiere que crear implica coordinar funciones muy distintas para producir algo original y útil.
Además, hay evidencia de que ciertos genes se relacionan con rasgos creativos. Esto no significa que la creatividad esté predeterminada; simplemente, algunos factores genéticos predisponen a determinadas habilidades o estilos cognitivos. La clave sigue estando en la interacción entre lo innato y lo aprendido: formación, experiencias, estímulos culturales y el entorno condicionan cuánto y cómo florece esa capacidad.
Con todo, ver la creatividad desde lo biológico no basta. El ambiente educativo y social moldea nuestras posibilidades de explorar, equivocarnos y proponer salidas originales. Un sistema que premie una única respuesta correcta ahoga la divergencia; uno que acepte el ensayo y error, en cambio, facilita la novedad.
Este debate aparece con fuerza en la pieza animada Alike, galardonada con el Goya en 2016. La historia muestra a un niño vivaz y curioso cuya chispa se apaga cuando el colegio le enseña que solo hay una manera de hacer las cosas. Más allá de la metáfora, la película resume un dilema real: cómo educar para el conocimiento sin cercenar la capacidad de inventar.
Del lado más práctico, no hay que olvidar que la creatividad también es una competencia entrenable: se ejercita con técnicas, retos y herramientas que favorezcan conexiones poco habituales. En ese sentido, programar con fines expresivos es uno de los entrenamientos más potentes de los últimos años.
¿Se nos apaga la chispa con la edad?
El ingeniero y consultor George Land diseñó para la NASA un test que ayudaba a identificar perfiles muy creativos. Años después, se aplicó esa medición a un millón de adultos con edad media de 31 años: apenas el 2 % resultó altamente creativo. El dato es llamativo por sí mismo, pero se vuelve fascinante si miramos qué ocurre cuando se evalúa a las personas desde la infancia.
En un estudio longitudinal con 1600 niños se aplicó el mismo enfoque para observar cómo evolucionaba la creatividad a lo largo del tiempo. A los 5 años, el 98 % alcanzaba rangos altos de creatividad; a los 10 años, ese porcentaje caía al 30 %; y a los 15 años, apenas un 12 % mantenía niveles elevados. La tendencia sugiere que algo del sistema (la escuela, las normas sociales, los hábitos) reduce la libertad para generar ideas originales.
Esto no quiere decir que “solo el 2 % de la población sea creativa”; más bien indica que vamos perdiendo espacio para explorar conforme crecemos. Aquí vuelven los matices: pesan los entornos educativos, pero también los contextos familiares, los estímulos culturales y las expectativas laborales. La moraleja es clara: si queremos conservar la chispa, hace falta entrenarla y protegerla.
La crítica de Alike encaja con estos datos: un sistema que orienta todos los esfuerzos hacia respuestas únicas termina por limitar la flexibilidad. La diversidad de caminos es lo que alimenta la innovación; dejar margen a la diferencia no es capricho, es condición para crear.
Para cualquier persona que programe, diseñe o componga, este diagnóstico es una llamada de atención. No basta con saber la teoría: hay que practicar contextos que permitan idear, iterar y combinar. Ahí es donde la Programación Creativa se convierte en aliado estratégico.
Programación y pensamiento creativo
Programar bien es mucho más que lograr que el código funcione; implica escribir soluciones con estructura clara, diseño elegante y criterio. Un programa bien diseñado tiene esa “belleza” que reconocen quienes lo leen: piezas que encajan, economía de recursos, expresividad y sentido. No es exagerado decir que el código puede rozar lo artístico.
De hecho, existe una escena vibrante de live coding en la que artistas-programadores interpretan música o visuales modificando algoritmos en directo. El escenario es su editor; la partitura, su código; el resultado, una experiencia estética generativa. Es una demostración perfecta de cómo el pensamiento computacional y la creatividad se retroalimentan.
Si nos ponemos técnicos, un programa es una secuencia codificada de instrucciones que resuelve un problema concreto en un lenguaje de programación determinado. Para escribirlo, el desarrollador debe comprender el problema y su posible solución. Y ahí comienza el espacio para la creatividad: muchas veces existen varias rutas viables, y elegir la más conveniente exige tanto formación como ingenio.
Hay casos en los que la creatividad es decisiva para la calidad de la solución: en investigación, en optimización de procesos, en diseño de experiencias y en retos empresariales donde no hay una única respuesta correcta. La combinación de conocimiento técnico y pensamiento creativo abre alternativas que de otro modo no veríamos.
Y surge la pregunta: ¿cómo medimos esa creatividad aplicada al código? Una pista aparece en los estudios con estudiantes de programación, comparando su desempeño con indicadores de pensamiento creativo.

¿Ser más creativo implica programar mejor?
Una manera clásica de evaluar la creatividad es el test de Torrance, que mide cuatro dimensiones: fluidez (cantidad de ideas), originalidad, complejidad y flexibilidad. El instrumento se aplica en dos bloques: una parte verbal, con respuestas escritas, y otra gráfica, en la que se completan formas y trazos mínimos para construir dibujos con significado.
En un estudio con estudiantes de primer curso de programación, se aplicó el test de Torrance para observar la relación entre creatividad y rendimiento académico. La hipótesis era sencilla: si los criterios de evaluación de la asignatura eran sólidos, una correlación alta sugeriría que la creatividad explica una parte importante del éxito al programar.
¿Qué ocurrió? Los resultados indicaron que la creatividad era un factor relevante, pero no determinante. Es decir, quienes obtuvieron mejores notas mostraban niveles creativos altos; sin embargo, no todos los estudiantes muy creativos lograron buenas calificaciones. El veredicto fue matizado: la creatividad es necesaria, pero no suficiente.
La conclusión práctica interesa a cualquiera que quiera mejorar como programador: cultivar la creatividad importa, pero también hay que reforzar bases técnicas, disciplina, lectura de código y práctica sistemática. La excelencia surge cuando se combinan ambos mundos.
Este equilibrio explica por qué los entornos que fomentan la experimentación (pero con rigor) son tan fértiles. El siguiente bloque sobre Programación Creativa ilustra cómo articular esa mezcla en un taller accesible y estimulante.
Programación Creativa: taller, objetivos y a quién va dirigido
Desde la Cátedra Telefónica-UOC en Diseño y Creación Multimedia se impulsa un taller impartido por Anna Carreras, que entiende la tecnología como lienzo y el código como herramienta expresiva. La propuesta recorre conceptos, procesos y entornos para que los participantes exploren lo digital desde una óptica plástica y generativa.
El formato se divide en dos momentos. Primero, una conferencia donde se presentan ideas clave sobre la programación aplicada a la creación gráfica y digital, con especial atención a entornos de desarrollo y tecnologías interactivas relacionadas. Después, un taller práctico para experimentar con los procedimientos del arte digital.
El laboratorio se apoya en el software Processing (descargable en processing.org), con el que se prueban algunas particularidades de la Programación Creativa: desde pequeñas piezas visuales hasta bocetos generativos que pueden devenir imágenes, animaciones, serigrafías, impresiones, troquelados, instalaciones y más.
Metas del taller que conviene subrayar: descubrir la programación como herramienta creativa, fomentar el interés por proyectos que mezclen código y diseño, explorar procesos de creación basados en algoritmos, dar los primeros pasos con Processing y ofrecer una base para continuar aprendiendo de forma autónoma.
- Explorar la programación como instrumento expresivo para crear y producir obras.
- Impulsar la participación en proyectos pluridisciplinares que unan diseño y código.
- Ensayar procesos de creación partiendo de algoritmos y reglas generativas.
- Dar los primeros pasos con Processing y sentar una base para seguir avanzando.
¿Quién puede apuntarse? Cualquier persona interesada en desarrollar capacidades creativas y expresivas mediante tecnología y programación. No se exigen conocimientos previos de código, así que es ideal para perfiles de diseño, arte, comunicación o curiosos con ganas de trastear.
Materiales y requisitos técnicos: se necesita un ordenador portátil (Windows, macOS o Linux) y Processing instalado. Y, por supuesto, ganas de aprender y experimentar. En experiencias previas, el taller se ha ofrecido en el Museu del Disseny de Barcelona, con inscripción previa y plazas limitadas, y ha sido gratuito.
Detalles de una edición anterior, a modo ilustrativo: docente Anna Carreras (@carreras_anna, sitio web annacarreras.com), celebrada un miércoles 11 de mayo de 2016 de 18 a 20 h en el Museu del Disseny de Barcelona, con contacto de información en catedratelefonica@uoc.edu. La actividad se enmarca en la Cátedra Telefónica-UOC en Diseño y Creación Multimedia, con colaboración del Museu del Disseny. También se menciona la pieza Genera Esfera de Anna Carreras y Lali Barrière como referencia inspiradora.
Para cerrar el círculo, existió documentación asociada al taller, con material audiovisual y recursos para seguir explorando. Contar con documentación accesible es una gran ayuda para quien quiera profundizar tras la sesión.
Documentación y referencias para seguir creando
Un buen punto de partida para inspirarse es revisar autores que llevan años empujando los límites de lo generativo y lo interactivo. Algunas referencias de autor que conviene tener en el radar:
También merece la pena explorar proyectos y estudios que muestran aplicaciones concretas del arte generativo y la interacción. Algunos ejemplos relevantes:
Para profundizar en técnicas, tutoriales y marcos conceptuales, hay repositorios y curadurías muy útiles. Recursos para ampliar horizontes:
Asistentes creativos con ChatGPT: del bloqueo a la idea viable
En paralelo al arte generativo, emergen asistentes conversacionales que ayudan a encender y estructurar ideas. El punto de partida es definir un prompt creativo claro, que sirva de chispa para el sistema: qué quieres explorar, con qué límites, qué tono deseas, qué referentes te interesan. Un buen prompt evita respuestas planas y guía las primeras propuestas.
Un truco adicional es fijar un rol creativo para la IA. Por ejemplo: “actúa como director de arte minimalista” o “como dramaturgo experimental”. Esto alinea el estilo de salida con la intención del proyecto y facilita que el diálogo sea más provechoso. Si el rol está bien elegido, las sugerencias encajan mejor con tu objetivo.
La misión central es la misma que en cualquier proceso artístico: desbloquear la creatividad. Aquí la IA funciona como compañero de ideas: dispara variaciones, propone combinaciones improbables, señala caminos alternativos. No sustituye el criterio humano, pero agiliza la búsqueda, especialmente en fases tempranas.
Para afinar el resultado, conviene aportar contexto concreto y variables: público objetivo, restricciones de formato, referencias técnicas, limitaciones de tiempo. En el tutorial se apunta que “Víctor” explica cómo modular ese contexto con variables que orientan la interacción y ajustan el rango de respuestas.
Una norma útil: cuando el asistente te devuelva una lista de ideas, elige una, la que más te atraiga, y pide profundidad. Es decir, solicítale que desarrolle esa propuesta con pasos, materiales, referencias y posibles iteraciones. La calidad del proceso sube cuando conviertes sugerencias sueltas en caminos accionables.
Además, con buenas técnicas de prompting puedes explorar temáticas muy diversas, no solo profesionales. Desde proyectos personales de escritura o música hasta hobbies como fotografía o artesanía. Lo importante es mantener una conversación estructurada, ir registrando hallazgos y pedir reformulaciones cuando haga falta.
Este enfoque va más allá de una simple introducción a la IA: es una invitación a entrenar el músculo creativo con una herramienta conversacional. Los cursos centrados en ChatGPT enseñan a generar ideas, resolver bloqueos y orientar proyectos artísticos o de diseño con más confianza y originalidad.
Quien quiera seguir tirando del hilo puede revisar contenidos relacionados con la creatividad aplicada y la IA, como: aplicaciones gratuitas para crear imágenes o memes con IA, guías para comprender qué es ChatGPT y cómo usarlo, explicaciones sobre su app oficial y propuestas de cursos para introducirse en este campo.
- 3 apps gratuitas de IA para crear imágenes y memes.
- ChatGPT: qué es y cómo usar este chat de inteligencia artificial.
- Aplicación de ChatGPT: qué puede hacer y escenarios de uso.
- Cursos de Inteligencia Artificial para perfilar habilidades creativas.
Lovart y el futuro del diseño digital: herramientas que piensan contigo
Entre las propuestas más sugerentes aparece Lovart, un “agente de diseño” que no se limita a generar imágenes mediante IA. Lovart conversa, razona y muestra su proceso de toma de decisiones, de forma que el usuario entiende por qué el sistema propone un camino y no otro. Esta transparencia cambia la relación con la herramienta: pasar de “pedir resultados” a “diseñar dialogando”.
Esta experiencia anticipa cómo serán muchas herramientas creativas del futuro: intuitivas, conversacionales y transformadoras. En lugar de interfaces rígidas, encontraremos asistentes que preguntan, proponen y justifican, facilitando que perfiles no técnicos logren resultados profesionales y que expertos aceleren sus iteraciones.
Lo más interesante es que esta clase de herramientas no empobrece el proceso, lo enriquece. Al explicitar los criterios, visibiliza las decisiones creativas y permite ajustar con más precisión. No se trata solo de velocidad, sino de calidad y aprendizaje continuo durante el propio acto de crear.
Si juntamos todos los hilos —neurociencia, educación, programación, IA conversacional y agentes de diseño— aparece una idea potente: la creatividad florece cuando hay diálogo, ya sea entre áreas del cerebro, entre docentes y alumnos, entre programadores y su código, o entre personas y software que sabe conversar. Esa conversación bien planteada multiplica resultados sin sacrificar el autoría ni el criterio.
Tomando distancia, la evidencia de los estudios de Land y el test de Torrance nos recuerda que hay que cuidar la chispa desde la infancia, mientras la Programación Creativa aporta herramientas y métodos para entrenarla en el presente. Los talleres con Processing, las referencias de autores y proyectos, y los asistentes como ChatGPT o Lovart conforman un ecosistema que anima a experimentar, equivocarse y aprender en público. Crear hoy va de mezclar conocimiento técnico con intuición y, sobre todo, de mantener vivo el diálogo con las herramientas y con uno mismo.